domingo, 2 de enero de 2011

Crónica de una muerta anunciada

Entre toda la oscuridad que inundaba la habitación, interrumpía de forma desafiante una cerilla sujetada por una mano de débil pulso. La llama se movía de lado a lado bailando entre aquel todo negro azabache. La mano de piel envejecida y con un color desgastado, estaba invadida por unas venas gris mate que la rodeaban. Esas autopistas de vida que había proporcionado un riego de vida durante años, ahora se veían como caminos maltrechos poco utilizados.
Interrumpían de forma intermitente la rugosa y fina piel que durante tanto tiempo las envolvió cuan sabana que arropa.
Siguiendo aquellos caminos y aunque no se viera, se llegaba a un maltrecho y dañado por los años corazón. El paso del tiempo es implacable sobre cualquier cosa y no perdona. Los latidos sonaban forzosos e irregulares y no encontraban ninguna sintonía armoniosa que aliviase esa presión.
Después de tanto tiempo, aquel corazón no era sino el testigo de toda su vida, el diario de los sentimientos de aquella mujer ahora convertida en anciana.
Cuantas historias, cuantos dulces momentos y amargos finales, cuantas personas habrían habitado por siempre o durante un corto espacio aquel corazón. El corazón guarda como nadie lo que los papeles no saben reflejar.

El corazón se revolvía por buscar un alo de vida, un aire de alivio que parecía no encontrar. La cerilla en sus últimas, se tambaleaba sobre los ancianos dedos que con dificultades  llegaban a sujetarla.

Y así, se apago la luz de la vida de la cerilla, y al mismo tiempo aquel corazón.


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